lunes, 12 de noviembre de 2012

"Usurpador" y enlace a la traducción de Tradabordo


Estoy inquieto desde que empecé a encontrar los indicios de que alguna ignota calamidad me acecha. Se que suena a superstición,  pero hace tres días que un vago temblor me ronda, aposentándose en la boca de mi estómago.
           Todo empezó exactamente el miércoles. Bajé a la cochera y junto a mi auto, un modelo de colección que forma parte de mis pasiones más profundas, encontré un triángulo rojo, húmedo y viscoso. Pareciera que alguien lo hubiera dibujado cuidadosamente: sólo para mis ojos, o como una señal.
        Todavía era temprano para el movimiento habitual del edificio. Salí antes que de costumbre, porque tenía que terminar un trabajo atrasado. Pero no lo había comentado con nadie.
        
         El jueves tenía que encontrarme con Lily, mi hermosa vecina del segundo B. Era nuestra tercera cita, y habíamos acordado pasar la noche solos en su departamento.
         Ese día crucé para ir al supermercado a comprar el postre y un buen vino, cuando de pronto una nube de hollín se esparció a mí alrededor. Pero lo más curioso, aparte de que nadie pareciera notarlo, fue que no me dejó siquiera una mota sobre el cuerpo o la ropa. Y a mis pies cayó una pluma negra que parecía recién arrancada. Miré hacia arriba; sólo había oscuridad. ¿Pájaros negros a esa hora, en plena ciudad?  No me pareció para nada racional.
        Aún así pasé una gran noche, que me ayudó a desdramatizar los hechos. Es más, casi lo olvidé todo en la dulzura de aquel cuerpo, y aquellos labios. No dije nada porque podría parecerle una estupidez o, lo que es peor, hacer que me tomara por raro. Me gusta tanto que realmente me importa su opinión.
        
        Por fin llegó el ansiado viernes, precursor del fin de semana. Mientras desayunaba analicé mi vida en pequeños flashes coloridos, y tuve que convenir conmigo mismo en que es una buena vida. De hecho, se que muchos me envidian.  Pero entonces hubo un tercer indicio, el más aterrador.
        Al llegar al edificio que alberga la oficina en que trabajo, una mujer joven, con los ojos desorbitados, se abalanzó sobre mí aferrándome de las solapas y gritando.
     –– ¡Ahora viene por vos! ¡Viene por vos!         
     ¡Imagínense que les sucediera algo así! Chillaba histéricamente. Seguramente me puse pálido, porque sentí que las fuerzas me abandonaban.
         Enseguida el personal de vigilancia la redujo y llamó a la policía para que se hiciera cargo.
Pero aún en medio del forcejeo, seguía con sus gritos.      
         ­­–– No pudo hacerlo porque alguien que pasaba lo vio… sólo uno a la vez. Uno a la vez. Pero ahora tampoco es él… ¡Entendélo!  No es él… no es él.
        Por fin se la llevaron. Su voz, que desapareció a la distancia mezclada con el ulular de las sirenas, quedó grabada a fuego en mi cabeza.
        ­­­­
        Me sentí avergonzado al ver varios pares de ojos fijos en mí, y como se repartían codazos y cuchicheos entre los que se habían reunido. Pero al fin y al cabo la mujer no tenía nada que ver conmigo; eso hizo que pudiera desligarme rápidamente del asunto.
­­       ––No se preocupe que todo está bajo control ––dijeron. Esta mujer ha reportado crímenes inexistentes. No se sabe como pudo escapar del psiquiátrico donde estaba internada.
         Sin embargo, la expresión de terror y las cicatrices en la cara aún bella, me impresionaron profundamente.

  Salgo de trabajo y empieza a llover. Voy a ir un rato al bar para dejar pasar ese momento ambivalente que precede a la noche. Me pone melancólico.
         Ya terminé mi copa. ¡Que rápido se esfumó la luz del día! Veo que afuera hay un hombre parado bajo la lluvia. Su cara es apenas una sombra inmóvil entre el cuello alto, y el ala del sombrero.
         Es hora de irme. Al pasar a su lado un hálito frío roza mi nuca, y empiezo a sentir sus pasos rápidos detrás de mí.
        Lleno de un espanto tal vez irracional, trato de adelantarme, aunque presiento que es inútil. Y es así. En un breve minuto estoy acorralado.
        Giro para enfrentarlo y apenas puedo ahogar un grito. En el lugar en que debería haber un rostro, no hay más que una masa pálida. Pero mi silencio no es bien recompensado.
        Unos dedos como garras que emergen de los bolsillos raídos, comienzan a desgarrarme las entrañas. Mientras, su rostro va transformándose lentamente al compás de mi agonía. Antes del fin, puedo reconocerme totalmente en su encarnadura diabólica.




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