jueves, 19 de julio de 2012

Instinto de gato

   


––Los gatos no son como los perros. Son más del lugar que de los dueños ­­–– ­afirmó la mujer, mientras emergía de la cama, enfundada solamente en unas pantys oscuras. Y continuó:
      ––Me gustan. Me les parezco. Me aferro a mi casa, aunque ni siquiera es cómoda.
      ––Eso sería lo de menos ––contestó el hombre bajo las sábanas. ––Es demasiado grande y oscura. Y en cualquier momento empieza a derrumbarse sobre tu cabeza. Fijate en las manchas de humedad; y en las grietas que se están abriendo en aquel rincón.
      Ella sonrió al seguir el movimiento del dedo acusador, y en sus ojos cansados hubo un destello verde.
       ––Si, ya sé. Y también que tiene demasiadas puertas, pocas ventanas... y que mi cuarto es ciego. Pero que importa. Cuando vuelvo aquí me siento bien; aquí tengo mis cosas.    
      
      El tic tac del reloj de pared (que servía para tapar una mancha de humedad) pareció llenar la habitación. El diálogo se interrumpió por un momento.
      Ella se sentó frente al espejo y comenzó a cepillarse el pelo con aire distraído. Él se dirigió al baño estrecho con la claraboya del trozo de plástico en lugar de vidrio, y volvió con una mueca de desaprobación.
      ––Pero si vos sabés… en cuanto quieras venirte conmigo, pinto un poco la casa… elegís unas cortinas... ¡y chau! Vas a estar mucho mejor que acá.
      Ella se acercó, se paró frente a él, lo acarició. Trató de agradecerle con un beso húmedo y profundo. Pero hizo un movimiento de negación con la cabeza.
      ––Nunca vas a poder entender lo que es venir con los pies cansados, el pelo mojado… pero sentirme libre. Recostarme en mi almohada, en mi cama...  mía. Mía. Por ahí puedo ser mujer de muchos. Pero aquí, si no quiero, de ninguno.
      Silencio. Él prendió un cigarrillo; se le notaba la incomodidad.
      –– ¡Eh, che! ¡Que cara! ––dijo ella, pellizcándole una mejilla. ––Nunca te mentí. ¡Si sos un amigo! Ni se te ocurra ponerte en gastos; pienso quedarme aquí hasta que me muera.
      Trató de reducir el impacto con una carcajada.
      ––Aceptá que tengo instinto de gato… y no me mirés más con esa cara de carnero degollado. Vamos otra vez a la cama. Hoy estoy sólo para vos. ¡Pero no te malacostumbres!

1 comentario:

Patricia Nasello dijo...

Me guata la actitud de esta mujer. por increíble que parezca, a más de una le vendría bien imitarla...

Besos, Nedda